Oda al monovolumen

He llegado a un punto en mi vida en el que ya no quiero esconderme. Ha llegado el momento de decírtelo: siempre he tenido una gran afición por el monovolumen.

Para ser sincero, llevaba mucho tiempo queriendo escribir este artículo con la ayuda del concesionario de coches segunda mano Valencia Crestanevada; desde julio de 2017, concretamente. PSA me invitó a «probar» su proyecto de coche autónomo, llamado AVA (Autonomous Vehicle for All), en forma de un C4 Picasso cargado de sensores. Bueno, la prueba de conducción fue un auténtico coñazo pero ocurrió algo fundamental en la creación de este artículo (que a primera vista no tiene nada que ver con el motivo por el que estaba allí): cuando el periodista que me acompañaba se sentó en la parte trasera del 3008 que seguía al Picasso, exclamó «ah, aquí todavía es mejor». Una frase que me impactó un poco. Amigo, ¿cómo puedes sentirte mejor en un habitáculo hiperconfinado con minicristales y un cielo raso negro cuando acabas de salir de uno que está literalmente bañado en luz, con una superficie acristalada que no tiene nada que ver con lo que ofrece el SUV?

Un choque que me recordó otro recuerdo aún más profundo. Eran los primeros años de la década de 2000 y mi padre tenía que cambiar el XM familiar por un coche de empresa, y en la lista estaba el Scénic I fase 2. Así que vamos a Renault a verlo, y allí, amor instantáneo a primera vista: el Scénic tiene asientos traseros independientes. Se mueven en todas las direcciones. El asiento corrido del XM se convirtió instantáneamente en un espectacular esperpento, y el Mondeo Estate (perdón, Clipper) que finalmente se eligió seguirá la misma trayectoria -en general, me cuidé mucho de odiar intrínseca y gratuitamente a este pobre Ford azul que no había pedido nada a nadie.

(Para terminar esta historia, cuando llegó el (bendito) día en que había que cambiar el Mondeo, recuerdo haber disparado a mis padres en la cara por no haber elegido el S-Max, que me parecía demasiado chulo (y tenía asientos traseros independientes). Afortunadamente, lo compensaron eligiendo un Volvo V70 que aún conservan (320.000 km, la bestia), que me encanta y que inició el afecto siempre vigilante que tengo por esta bella marca sueca)

Así que, pasión por el monovolumen. Me doy cuenta de que esta afirmación me aísla bastante en el mundo de los entusiastas de los coches, y estoy tratando de entender por qué. Una de las razones probables es que, cuando la categoría de los monovolúmenes explotó (a partir de 2001, diría yo), el pequeño Juan estaba lejos de poder tomar el volante; vivió esta revolución desde los asientos traseros. Y eso debe cambiar muchas cosas: por mucho que los conductores debieran sentirse un poco mimados por los puestos de conducción tipo camión de los primeros monovolúmenes y sus perfiles de un solo volumen, lejos de los ídolos de los carteles, yo era muy feliz en mi asiento trasero, mirando el paisaje a través de las grandes ventanas y sin tener que pelearme con mis hermanas o mis amigos para tener espacio para mis pies o mis hombros (si nos has seguido, habrás notado que nunca hemos tenido un monovolumen en la familia; mis experiencias se limitan por tanto al Espace, Touran & tutti quanti de amigos o de alquiler. Mi único recuerdo de unas vacaciones es el de un Zafira azul de alquiler -que, para colmo, tenía tres filas de asientos MÁS un asiento de pasajero abatible, lo que me dejó en un estado de excitación casi imposible de devolver).

Con el fin del monovolumen, se pasa la página de una cierta comunión entre los pasajeros de un mismo habitáculo; es el epílogo de este espacio de intercambio convivencial y amplio, donde reinaba el compartir. Este arte de la convivencia casi pertenece al pasado, y una nota de tristeza me recorre al escribir estas líneas. Como hijo de los 90, empiezo a sentir el estado de ánimo de un boomer, así que sin más preámbulos voy a terminar este artículo citando a este amigo diseñador (irónicamente pagado por diseñar todoterrenos) después de unas vacaciones en un Citroën C8: «los monovolúmenes son feos, pero aún se pueden meter cosas en ellos». Cosas y recuerdos.